Un estudio en terror by Ellery Queen

Un estudio en terror by Ellery Queen

autor:Ellery Queen [Queen, Ellery]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 1965-12-31T16:00:00+00:00


CAPÍTULO VII

EL MATADOR DE PUERCOS

LO QUE DEJÓ USTED de ver, Watson, fue la figura de Joseph Beck que salía de la taberna, en cuanto la muchacha dio pruebas de su intención de ir a otra parte. Usted sólo tenía ojos para mí.

Era lamentablemente claro, desde luego, que yo había sido el culpable, no él, pero no había ni el menor vestigio de esto en su voz. Traté de atenuar el reproche, pero interrumpió mis excusas.

—No, no —me dijo—, fue mi estupidez, no la suya, la que dejó que el monstruo se nos escapara de entre los dedos.

Con la barbilla en el pecho, Holmes proseguía:

—Cuando salí de la taberna, la muchacha estaba dando la vuelta a la esquina. A Beck no se le veía por ninguna parte, y yo sólo podía suponer que se había ido en otra dirección o estaba agazapado en alguno de los vanos de las puertas cercanas. Escogí la última suposición. Seguí a la muchacha al otro lado de la esquina y escuché unos pasos que se aproximaban, echándole un vistazo a un hombre con capa que entraba tras de nosotros. Sin soñar siquiera que pudiese ser usted, pues la figura de usted y la de Beck no difieren en mucho, supuse que sería el prestamista. Me oculté a mi vez y usted me pasó. Entonces oí los gritos y pensé que habla acechado al Destripador con éxito. Ataqué, y descubrí mi error imperdonable.

Habíamos terminado con nuestro té de la mañana, y Holmes zanqueaba su aposento de la calle Baker lleno de furor. Yo le seguía sus movimientos con tristeza, deseando poseer la facultad de borrar de la pizarra todo aquel incidente, no tan sólo por Polly, sino para apaciguar la mente de mi amigo.

—Entonces —continuó Holmes frenético—, mientras nosotros estábamos preocupados con nuestros errores, el Destripador atacó. ¡Vaya con el orgullo de ese demonio! —vociferó—, ¡el desprecio, la absoluta confianza en sí mismo con que lleva a cabo sus crímenes! ¡Créame, Watson, atraparé a ese monstruo aunque sea lo último que haga en toda mi vida!

—Parecería, pues —le dije, tratando de desviar sus amargos pensamientos—, que Joseph Beck ha sido exonerado, por lo menos del asesinato de anoche.

—¡Claro que sí! Beck no podía en absoluto haber llegado a su domicilio, limpiarse la sangre, desnudarse y ponerse un camisón de noche antes de que lo alcanzáramos. —Holmes tomó su pipa y sus pantuflas, y luego las dejó disgustado—, Watson —masculló—, lo único que hemos logrado es eliminar a un sospechoso de entre los millones de Londres. Con esa proporción, tendremos éxito en descubrir a nuestra presa tal vez durante el próximo siglo.

No pude hallar nada qué contestar para refutarlo. Pero entonces, de pronto, Holmes echó para atrás los hombros y me dirigió una mirada acerada.

—Sin embargo, basta ya de esto, Watson. Vamos a imitar al Fénix. Vístase. Le haremos otra visita al mortuorio del doctor Murray.

En el curso de una hora, ya estábamos frente al portal de la calle Montague que daba entrada al sombrío establecimiento. Holmes examinó la vía de un lado para otro.



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